Los Tres Dioses, Capítulo I

Es solo una pequeña grieta en la pared. Pero crece. Como ya me había dicho Mozart en aquella noche de excesos: "Toda palabra insiste en tu deseo, pero ninguna consiste en él. ." Lo que solo empezó como un hobbie poco a poco se transformó en un lema de vida: No mires a la grieta, porque esta se agranda.
La grieta tiembla. Hay que descargar energía. Hay que cerrar los ojos y ver con el espíritu. Mis ojos normales no podían separar las grietas de mis paredes. Mis personalidades ya no respoden al designio de mi verdadero deseo. Poco a poco se agrupan en tres grandes ejércitos, cada uno con su representante.
Grieta-caos. Grieta-orden. Grieta-muerte. Todo tipo de dioses se escabullen desde ellas. En un abrir y cerrar de ojos se posaron ante mí tres deidades:

La primera, mujer voluptuosa, vestida con ropas de ciervo. Sus ojos, color de fuego, iluminaban el camino hacia el espíritu de Muu. Su cabello simulaba al mar crispado, y sobre ella se posaba la hermosa luna llena que anuncia el cambio de realidad.
El segundo, hombre cabal, vestido con túnicas rectas e impecables. Su rostro dibujaba una sola expresión, que de ser traspuesta en palabras equivaldría al orden absoluto. Su báculo decorado con extrañas runas y preciosas gemas anunciaba el fin de las tormentas.
El tercero, oscuro portador de la guadaña, profería los estertores de las últimas almas recolectadas. Su figura pobremente iluminada se erguía sobre pilas de cadáveres ya secos, y tras él se posaba un enorme dragón de hielo.