25.7.07

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Y ahí estaba, tan candorosa como la última vez que nos veíamos... Solo atiné a decirle hola, pero en mi cabeza se disparaba una larga historia que debía contarle, después de todo, aquel anillo por el cual casi pierdo el dedo en el trabajo había sido su regalo. Y también ese paraguas que me salvó de una paloma con malas intenciones. Pero no, después de todo, "hola" siempre fue una buena palabra.
Me miró a los ojos. Algo en su cara me decía que no esperaba verme acá, a 400 kilómetros de donde nos conocimos. Me dijo algo de mi pelo, y de mi color de ojos... Le respondí que nunca nos habíamos visto de día. Eso explicaba todo.
Recuerdo que me estaban esperando, no había ido a la gran ciudad solo para pasear. Si, me estaban esperando, era el casamiento de alguien, creo que de mi hermano. No me importaba. Nos debíamos ese café hacía tiempo. Le conté muchas cosas, y ella me contó muchas otras. Se notaba que no queríamos estar ahí, frente a esas tazas. Hablamos de "Nuestra burbuja". Ese nombre le habíamos puesto a la habitación 8 del hotel que frecuentábamos. Pasaron algunas horas. Dos, tal vez tres. Me preguntó si me acordaba de nuestras cosas.
Esperamos unos segundos a que pasara el mozo, y corrimos. Corrimos como hace 4 años. Mis piernas extrañaban su ejercicio. Extrañaban por sobre todas las cosas tener piernas compañeras. Unas cuadras más adelante, le dije que podríamos habernos llevado algo más que unos cafés y unas masitas. Me dijo que nunca lo entendí, no se trata de objetos, se trata de recuerdos.
Y me dijo que ya se iba. Que no nos veríamos más. Que le dijera algo para que ella recordara. Y otra vez, solo dije "Hola". Después de todo, siempre fue una buena palabra.

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