1.5.08

Llegan las dudas

Por mucho que luche contra el mundo, por mucho que me enferme de ciertas cosas, por mucho que aspire y ame a la perfección y desprecie a sus viles imitaciones, debo afirmar que me gustan las cosas simples:
Levantarse, luego de estar mucho tiempo sentado, y estirarse cual felino. Comer una pieza de pan, cuando tengo hambre. Sentarme en el techo y ver las nubes pasar. Un café bien hecho, bien saboreado. Bañarme hasta que se me arruguen los dedos. Dar una respiración profunda, y disfrutarla.
A la larga, y después de especulaciones teóricas de toda índole, tenemos el cuerpo. Y si vamos a usarlo, que sea por algo. Y si vamos a comer, disfrutemos. La complejidad es interesante, asombra, cautiva, pero nunca despreciemos las cosas que por simples, muchas veces ignoramos.

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Juan despertó una mañana, convencido de que le diría a María todo lo que pensaba de ella, que ya no iba a callar nada, que se dejaría llevar, y que todo saldría bien. Él sabía que eso ya lo había intentado muchas veces en el pasado, sabía que todo lo que pensaba se deformaba, y terminaba diciendo todo-al-revés. O por lo menos antes, mucho antes de que aprendiera a callarse. De que aprendiera a disimular, y a hacer fintas del lenguaje tan complejas que solo él hallaba sentido. Muchas veces creía que lo entendían, pero se dejaba el lugar a la duda, el lugar al idealismo, y el hoy era nada.
Muchas veces había pensado, "¿Por qué maría?". Parándose desde lejos se pensaría que son completamente distintos, incompatibles. Incluso él lo pensaba.
Por un lado, María, impecable, subsistía en la luz, buscaba brillos y los encontraba. Su imagen tomaba los colores claros, su mente las ideas pulidas, los caminos sin polvo. Recorría un mundo pacífico, lloraba a veces, pero pensaba felicidad, y la irradiaba. Todo cerraba en su mundo, parecería una foto perfecta.
Por el otro, Juan, gastado aunque joven, muy joven, con ojos que siempre buscaban grietas, con lengua filosa para las ideas de otros, con su timidez, y con sus colores sin color, escalas de grises y algunos tierra. Nada era perfecto para él, no, no. Todo era mezquino y perverso. Su mundo era imperfecto, parecía sacado de un policial negro.
Pero en el fondo, Juan creía que entre esos dos mundos había una conexión. Que ella era la llave, por ella pasaba al mundo externo, por ella se redimiría, y lavaría los cristales de su alma, para ver el futuro un poco menos negro.
Tan cerca pero tan lejos de María. Tantos casis, estaban ahí, se miraban pero no se veían. Juan se vía abrazándola siempre en el mañana, en el próximo día, pero ya estaba decidido. Y estuvo pensando eso toda la mañana, toda la tarde, durante las comidas y durante los respiros. Hasta que se cruzaron.
Y comenzó el juego. Hablaron de cosas poco importantes, de tal o cual eventualidad, hasta que, en un silencio, él preguntó -¿En qué pensás?-.
-Mmm, en nada en particular, ¿y vos? -.
Juan nunca pensaba que las preguntas volvieran, siempre lo tomaban por sorpresa con estas cosas, por más que en el fondo, él sabía que las preguntas volvían, y también sabía que le diría lo que pensaba. Empezó a buscar las palabras...
"Estaba pensando en cuando busco formas raras en tus ojos, que miro muchas veces tratando de que no me mires, y me pierdo en lo que estábamos hablando, y ya no sé dónde seguir la conversación, sólo pienso en esas islas, y en esos colores extraños, las formas que dibujan, los rayos salientes cual sol negro, las líneas que lo recorren, y me pierdo en ellos, y ya no me importa dónde estaba. Estaba pensando en cuántas veces nos esquivamos, queriendo o sin querer, pensaba en todas esas cosas que haría para mirarte, en todo aquello que haría para hablar un rato más. Pensaba en lo cómodo que estoy cuando hablamos, pensaba en todos esos chistes que nos hicimos y yo me tomé en serio, y en todas las preguntas que me planteás, en tu enigma. Y pensaba que todo esto era muy cursi, y que tampoco me importaba tanto. Pensaba también en qué cara ibas a poner cuando te dijera todo esto, y si te ibas a sonrojar por lo menos, o me ibas a decir que me equivoqué, que somos solo amigos. Y pensaba en lo mal que me pondría si me dijeras lo último, y que, al final de cuentas, prefería no decirte nada para que no huyeras. Ya que, cuando me pongo a pensar, somos de mundos distintos, vos brillás y yo irradio oscuridad, vos estás completa, y yo busco mis pedazos, vos volás y yo me arrastro, y no hay nada en mí que te pueda interesar. Y que en definitiva, si querés hablar conmigo dudo que es porque te intereses en mí..."
-Juan? estás ahí?-.
-Ah, sí!, ehhh... No pensaba en nada en particular, ¿viste que hoy temprano granizó?-.
Juan, siempre lo mismo Juan!. "Mañana le digo, pero de verdad!"

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