16.10.07

el hijo bobo

Guardo toda mi mezquindad y mi bajeza para momentos como éste. ¿Por qué no escribo en momentos de gloria? Todo lo que sale de mí, en mis letras, es pus, muerte y desprecio. Si escribiera en papel, esto estaría (a unos minutos de ahora, tiempo que escribo, y no cuando lees) destruido, abollado, quemado o enterrado. Cuanto menos, escupido.
Un desprecio profundo irradian mis producciones, aunque con un dejo de ternura, como si de un hijo bobo se tratase (¡qué expresión tan políticamente incorrecta!). Las releo para tratar de reapoderarme de ellas, para desvencijarlas con la mirada, para saborear su pronta muerte y transformación. Metamorfosis que nunca me animo a realizar.
Quiero detener a la máquina deseante. O empujarla hasta límites inalcanzables. Ambas opciones me parecen igual de agradables, pero por favor, basta de tantos pseudos, de tantos casis, de tantos grises. Sepan que siguen siendo deseables, pero la deseabilidad de un objeto no es un objetivo, sólo es un camino, por el cual algún día, alguien, viajará lejos de todos nosotros.

2 comentarios:

Gad dijo...

Yo a esos los llamo "los deformes". Y ayer, revisando los borradores, encontré el Manifiesto de los Fragmentos Pestilentes fechado en noviembre de 2006 y explicando todo ese mecanismo de relojería que había pasado a ser automático y por eso era despreciado (¿no dicen que el arte es desfamiliarización?)
Que estés bien.

Y. dijo...

Mi problema, es que todos salen deformes...